Sobre Detectives
de objetos de Shaday Larios (La Uña Rota, 2019)
Un artículo de Ruth Vilar
Este
libro tiene infinitas lecturas. Como todos, alegará el lector y no
le falta razón. Como todos y más: no sólo admite las múltiples
interpretaciones subjetivas de los distintos lectores, sino que
además se presta a abrir perspectivas diferentes y aun
contradictorias en la comprensión de un mismo receptor. Detectives
de objetos es un caleidoscopio lleno de formas vivas que la
mirada ha rescatado de su estado de latencia.
Que
el volumen se presente como libro-agencia ya entraña una agradable
promesa de multiplicidad. Anticipa misterio, desconcierto, pesquisas,
diálogos en los que cada palabra podría ponernos sobre aviso de la
siguiente pista, hallazgos, excitantes deducciones, que desembocarán
en callejones sin salida o bien indicios menores y sutiles quizá den
la clave para resolver el caso. Sherlock Holmes se pasea, sigiloso,
por sus páginas.
Detectives
de objetos es un extraño libro de teatro. Aunque no reproduzca
un texto dramático original, ni un ensayo teórico, ni sea
estrictamente un cuaderno de campo, cumple esas tres funciones.
Shaday Larios recoge en él la práctica de
teatro de objetos documentales en contexto
que la agencia El Solar desarrolló entre 2016 y 2018. Tres casos:
Primer Álbum (Temporada
Alta, Girona, 2016), Cuaderno de campo (Festival
GREC, Barcelona, 2018) y Diario entrelíneas
(Festival
der Dinge, Berlín,
2018). Tres proyectos que funden el site-specific
teatral con la antropología de los objetos y las historias de vida.
Tres invocaciones de lo invisible-real que remueven el fondo de la
memoria colectiva, haciendo emerger el poso. Para quien asistiese a
las presentaciones ―aperturas
públicas de la oficina móvil―,
el libro cobrará en sí mismo naturaleza de objeto cargado de
memoria, relato de una elaboración artesanal que cristalizó en su
propia experiencia como espectador, receptor o participante. Quien no
conozca de antemano el trabajo escénico de los detectives de El
Solar (Xavier Bobés, Jomi Oligor y Shaday Larios) hallará aquí la
invitación irrecusable a adentrarse en esta infrecuente y fascinante
manifestación teatral que revela lo humano a través de lo concreto,
personal y mínimo.
Cuando
leemos Detectives de objetos de un tirón nos balanceamos
entre la crónica, la reflexión y la poesía. Las palabras traslucen
esa mirada atenta y esa escucha empática con que los miembros de la
agencia abrazan personas, objetos y lugares; mirada y escucha que
están documentadas y son lúcidas, críticas con el contexto
espaciotemporal. Alertan sobre la explotación turística de la
Historia, que los museos parcializan, simplifican y promocionan con
estrategias de marketing. Señalan la dirección ideológica
inequívoca de ciertas políticas urbanísticas. Evitan edulcorar la
memoria para adecuarla al gusto de la sensibilidad contemporánea.
Cuando lo leemos poco a poco, profundizamos en la profusión de
repliegues de los tres casos, pues cada uno de ellos reúne un
sinnúmero de materiales y de testimonios susceptibles de erigirse en
el foco central de la atención.
¿Cómo
proceden nuestros detectives a desentrañar los distintos misterios?
Empiezan por peinar a conciencia el ámbito que les ha sido
encomendado estudiar. Hacen acopio de incontables objetos físicos
con sus respectivas genealogías: la historia de su producción, su
recorrido por manos diversas, la masa afectiva que han ido acumulando
desde que existen y hasta este momento. También de objetos
extinguidos, evocados en testimonios de viva voz, objetos intangibles
de nitidez pasmosa. Y sólo cuando el aire de la oficina móvil ya
está atestado de esos elementos, cuando parecen flotar todos en ella
sin orden ni concierto, toma densidad el centro en torno al cual
orbitarán. Así, tras la acumulación exhaustiva, apasionada y
rigurosa, empieza la composición de la presentación del caso: la
selección de los objetos que se mostrarán, de los testigos reales
que hablarán en público, del lugar más significativo para acoger
el encuentro… Teatro documental, íntimo, en miniatura; teatro
hecho de cosas muy pequeñas que al revelarnos su sentido implícito
adquieren dimensiones gigantescas; teatro que nos devuelve a la
metafísica de la infancia, cuando los objetos estaban indudablemente
vivos.
Detectives
de objetos constituye, en sí mismo, una presentación impresa de
estos tres casos: la despersonalización del Barri Vell de Girona; el
desalojo, la demolición y el olvido de los núcleos de barracas de
Montjuïc; las consecuencias humanas de la larga existencia y del
derribo súbito del Muro de Berlín. El libro abre, además, una
puerta accesible a la metodología de Shaday Larios ―cuya
formulación teórica quedó expuesta en su ensayo Los objetos
vivos. Escenarios de la materia indócil (Paso de Gato, 2018)―,
y al trabajo minucioso y rotundamente humano de esta autora, de su
compañía Oligor y Microscopía, y de la agencia El Solar.

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