«OSTINATA» YASMINA

 Ruth Vilar, Quimera, nº 391, junio 2016.

I. LA CONTENCIÓN


La producción
literaria de Yasmina Reza ha estado severamente condicionada por el éxito temprano
y desmedido de Arte, su tercer texto
teatral.
Patrice Kerbrat, que ya había
dirigido las dos obras anteriores de la autora,
Conversations
après un enterrement
y La traversée
de l’hivern
, estrenó el espectáculo en París en 1994. A partir de ese
momento
se desencadenó una lluvia de premios, a la que siguieron traducciones y puestas
en escena internacionales que entusiasmaron a público y crítica. En respuesta a
las numerosas y suculentas propuestas que el estallido de popularidad trajo
consigo, Yasmina Reza optó por la
contención:
“Nunca he escrito nada que no hubiera nacido de un deseo personal”.

Sus
estrenos y publicaciones después de Arte
han sido espaciados y comedidos.

Por
una parte, seis piezas abiertamente dramáticas –esto es, dialogadas y
acotadas–: L’homme du hasard; Tres versiones de la vida y Una comedia española (Alba, 2012); Un dios salvaje (Alba, 2011), Comment vous racontez la partie y Bella Figura. Todas han llegado a los
escenarios por primera vez de la mano de unos pocos directores conocedores del
universo de su autora –Frédéric Bélier-Garcia, Patrice Kerbrat, Luc Bondy, la
propia Yasmina Reza o, en el caso de su última obra, Thomas Ostermeier–.

Además, Una desolación, En el trineo de Schopenhauer y Felices
los felices
(Anagrama, 2000, 2006 y 2014, respectivamente), textos que
fueron considerados novelas, pero cuyo discurso y extensión se corresponden con
las de un monólogo o un encadenamiento de soliloquios. Más que narrativa, la
palabra es aquí musical como en un  Hörspiel o drama radiofónico, lo que en
efecto emparentaría a Yasmina Reza con Samuel Beckett o Nathalie Sarraute –comparación
de la que ha sido objeto con cierta frecuencia, quizá inspirada en el origen
extranjero de los tres escritores, pero que no puede extrapolarse a otros
aspectos de su obra sin incurrir en una equiparación desproporcionada de la
subversión de las convenciones literarias llevada a cabo por unos y otros–.
Buena prueba de la naturaleza teatral de estos tres libros nos la da su autora,
que participó como actriz en el montaje En
el trineo de Schopenhauer
estrenado en 2006 bajo la dirección de Frédéric
Bélier-Garcia.

Por otro lado, Adam Haberberg, su única
incursión verdaderamente firme en el terreno de la novela, que tuvo una
recepción modesta –en castellano ni siquiera se editó–.

Para terminar, en un lugar preminente en el
conjunto de su producción, los volúmenes autobiográficos Hammerklavier
(Anagrama, 2001) y Ninguna parte (Seix Barral, 2007), así como El
alba la tarde o la noche
(Anagrama, 2008), relato literario –meticuloso y
subjetivo, en absoluto periodístico– de su seguimiento de la campaña
presidencial de
Sarkozy.

En
suma, Yasmina Reza ha dado a la prensa o a las tablas un total de dieciséis
textos breves o de extensión moderada en una trayectoria de treinta años.

No sólo restringirá el volumen de sus publicaciones,
sino que en ellas se ceñirá siempre a
unos pocos motivos recurrentes:
ostinati literarios y vitales que laten
ya en sus piezas tempranas y que la autora irá modulando con tenacidad a fin de
arrancarles resonancias cada vez más agridulces, tragicómicas, de una
conmiseración curtida, de un patetismo hilarante. Se dedicará a ahondar en eso
que inicialmente fueron intuiciones, a afilar y afinar su exposición de la ferocidad
y la desesperación como elementos de la cotidianidad. Desde el principio acertó
a señalar el abismo de barbarie que asoma por las grietas de la máscara de las
buenas maneras. Con esa simple y descarnada revelación –que el rey está
vergonzosa y salvajemente desnudo y como él, todos nosotros– cautivó a millones
de lectores y espectadores. Lejos de abandonar el espejo en que había sabido reflejar
la brutalidad y el ridículo torpemente disimulados tras la cortina de la
civilización, procuró seguir puliéndolo y acercándoselo a su público más allá
de los límites de la complacencia, hasta alcanzar una proximidad intolerable.




II. LOS OSTINATI

EL PASO DEL TIEMPO

Yasmina
Reza confiesa su horror a la paciencia: “No puedo esperar lo que deseo con
tanta fuerza. No puedo decidirme a domesticarlo en el tiempo. Nada llega jamás
a su hora.” Percibe el paso del tiempo y sus efectos en el ser humano –en sus
proyectos, sus afectos, su visión del mundo– como una fuerza irresistible y
monstruosa que avanza y empuja hacia la decadencia. Reniega de la ancestral
resignación a la implacabilidad del tiempo y le opone la impaciencia en acción.
Escribe en Una desolación: “La
mística judía dice que para conseguir las
cosas hay que agitar a Dios
”; buena parte de sus personajes aplican este
principio de “agitar la vida”, de consagrarse a una actividad que persiga un
propósito –ya sea noble o absurdo–, de precipitar deliberadamente los
acontecimientos, de intervenir sin descanso ni prudencia en cuanto les pueda
concernir. Este modo de presentarle batalla al paso del tiempo y alejar de sí
la certeza del advenimiento de la muerte, los obliga a poner en juego un alambicado
equilibrio de contrarios: a cargar el platillo de la solidez –de las
convicciones, la autoafirmación, el cultivo de la propia identidad– para
contrapesar en la balanza la dolorosa fragilidad; a entregarse a una miríada de
frivolidades para aligerar la gravedad de la existencia; a cortarle las alas a
la idealización sin dejarse hundir por el lastre de la decepción; a llenar los
rincones de jarrones de flores y medicinas, placebos contra la misma fugacidad
de la vida de que son enseña.

LA SOLEDAD

Premisa:
el encuentro con el otro es imposible. De esta proposición que preside su obra se
desprende la inevitabilidad de choques y desacuerdos, de desengaños y
distanciamientos. La virulencia de tales desencuentros se agudiza porque sus
personajes parten de la creencia colectiva opuesta, esto es, que amar equivale
a encontrarse, y ven por tanto en su mutua incomprensión una falla del amor que
juzgan que les es debido. Así, en los textos de Yasmina Reza una aversión
acérrima va cociéndose invariablemente entre parientes y amigos, a fuego más o
menos lento; no obstante, la auténtica vileza no radica en esa malquerencia
inexcusable, sino en la determinación de obviarla, de confinarla a un ámbito subterráneo
–de andar por casa– y de seguir con la convivencia como si tal cosa. El crimen
es aceptar el odio nuestro de cada día como peaje para eludir la incomodidad de
la soledad. Paradójicamente, los escasos personajes que consiguen trascender esa
guerra doméstica tardan poco en evocarla con nostalgia. No aísla a los niños de
esa dinámica viciada y perversa, aunque socialmente admitida, sino que les
concede un papel fundamental en la periferia de la escena: ellos perpetúan la
cadena, fomentando y a la vez reproduciendo la debilidad tiránica de los
adultos.

LA LIBERTAD

“Cuando
era joven, pensaba, todo es posible. Todo me era adverso pero yo pensaba, todo
es posible”. De existir una piedra filosofal en la cosmovisión de Yasmina Reza,
esta sería sin lugar a dudas la libertad individual. A la evitación del dolor
de ser mortales y a la propia inmolación en el altar del amor –conceptos sobre
los que se han erigido y aún se sustentan civilizaciones– la autora antepone
esa libertad. La convierte en requisito para la autenticidad de las relaciones
–“al menos, él nunca me habrá atenuado
y yo nunca le habré empequeñecido”– y
para la independencia del pensamiento –“cuando observo rehúyo la seducción
aparente, escruto las formas invisibles, acechando la revelación de una materia
secreta”–. Admira la libertad, el ejercicio sin trabas de la voluntad, y premia
a los personajes que –en vez de alternar sumisión y desenfreno en un deplorable,
cuando no repugnante, ritual de compensación– se atreven a ser de veras.

«Comment vous racontez la partie», estrenada en París en 2014.

Dirección de Yasmina Reza.

III. LA REALIDAD


Sus
hombres y mujeres de ficción se revuelven en salas de estar explícitamente
alejadas del realismo y de la concreción temporal –“No hay lugares en la
tragedia. Y tampoco hay horas”– como fieras enjauladas. Envueltos por el vértigo
del tiempo, sumisos a la injerencia de los otros, anquilosados dentro de sí
mismos; desde la primera palabra, el lector y el espectador los saben
condenados. Su fatalidad, sin embargo, difiere sustancialmente del hado sobrenatural
de la tragedia clásica: aquí la inocencia de los héroes ha quedado proscrita,
sepultada bajo el alud de su propia bajeza. La misantropía de Yasmina Reza se
ha convertido en un tópico que ella discute. Sencillamente trata de mostrar
cómo son en realidad hombres y mujeres, sin paños calientes, desnudos y
desamparados: “Soy todos aquellos a quienes he otorgado un nombre y unas
palabras, todos aquellos a quienes he
hecho caminar en las peores circunstancias porque ésa es la suerte de los
hombres
, de la misma manera que yo seré todos los que los seguirán y de la
misma manera que fui todos los innominados que los engendraron”. Las peores circunstancias a que se refiere
consisten generalmente en una exposición exacerbada a esos tres elementos: tiempo,
soledad y libertad coartada.

Esos personajes se agotan en ingenuas pero
indispensables maniobras de distracción de la muerte y enfurecen cuando comprenden
que han empeñado su libertad en nombre de un amor y una felicidad que en nada
se parecían a lo que desearon. Azuzados por esa frustración íntima, acometen
unos contra otros con el ánimo turbio de quien exige una satisfacción o un
desagravio. El laberinto por el que deambulan nerviosamente carece de
escapatoria; ellos mismos han cegado las salidas. Si alguno parece inmune a la
confusión y consigue escabullirse con astucia de la trampa de la existencia
humana, su serenidad y su inteligencia enseguida se revelan como lo que eran:
pose, máscara inútil, otra estrategia vana. Cuando no desdeñan la noción misma
de felicidad, suelen usarla como arma arrojadiza, derecho legítimo del que los otros
le han privado. No obstante, en Una
comedia española
Fernando y Pilar afirmarán que “Los días felices dependen
de nosotros” sin que ninguna escena posterior los desmienta ni escarmiente; o
un baile nocturno, inesperado y catártico, bastará para redimir al desolado Samuel. La ficción de Yasmina
Reza es casi fatalista. En ese casi subyacen
la piedad y la identificación que despiertan en la autora los personajes y las
situaciones que retrata. ¿Cómo va a acabar bien algo así?, parece sostener a su
pesar. Incluso Tres versiones de la vida
–experimento teatral metafísico con el que habría jugado a demostrar que “el
mundo no está fuera de uno mismo. Fuera de uno está la ilusión del mundo, pero
no el mundo” y que en consecuencia el yo podría enmendar su realidad mediante
la alteración de sí mismo– se resuelve aplicando una gruesa capa de barniz de
civilización que almibara la violencia de la situación dada: un más que
flagrante desequilibrio de poder en las relaciones.
En
cambio, Hammerklavier, Ninguna parte y El alba la tarde o la noche –los textos elaborados a partir de
apuntes autobiográficos, en los que la voz en primera persona se corresponde con
la de Yasmina Reza– abrazan la realidad en un sentido más amplio. En estas tres
obras –o dos, ya que Ninguna parte
bien puede leerse como un apéndice a Hammerklavier
la escritora matiza sus motivos recurrentes con una confianza firme en el
potencial humano, una mirada predispuesta a maravillarse y atenta al menor
detalle, y una ternura compasiva que redondea las aristas del error o la
malevolencia, de la frustración y las decepciones. A pesar de la simplicidad con
que los estructura –yuxtaponiendo fragmentos dispersos bajo criterios temáticos
o cronológicos–, es en estos volúmenes donde la escritura de Yasmina Reza
alcanza su mayor complejidad moral. Es en ellos donde triunfa verdaderamente
como autora, donde más fielmente representa el nudo gordiano y fundamental de
la irresoluble ambivalencia humana.