El deber

Pieza dramática de Ruth Vilar
Ilustración de Ana Juan para Wakefield (HAWTHORNE, Nórdica, 2011)


I.

Cuarto
sencillo y decadente: empapelado descolorido, arrancado a trozos; cama
chirriante cubierta con una colcha ajada; mesilla de noche; orinal, palangana y
espejo con cercos desazogados; armario desvencijado que se cierra con una
cortinilla desgastada; una mesa y una silla coja; una bombilla desnuda. Oscuro.

II.

Una
MUJER SOLTERA abre la puerta del cuarto. Entra. Deshace su exiguo equipaje:
cuelga un par de prendas en el armario y deja una pastilla de jabón al borde de
la palangana. Luego saca una hoja de papel y unos cuantos lápices de color
castaño y los ordena encima de la mesa. Se sienta a dibujar.

MUJER SOLTERA: Por una única cara. Con
un solo color. Por una única cara. Con un solo color.

Sus
trazos son pausados. Tararea. Oscuro.

III.

Un
hombre con aspecto de VIAJANTE DE COMERCIO abre la puerta del cuarto. Entra. La
mujer se está aseando y su dibujo está apenas comenzado. Ni él ni ella se ven.
El hombre deshace su exiguo equipaje. Deja el abrigo rozado, con brillos en los
codos, en el colgador de detrás de la puerta y el libro de pedidos en la
mesilla. La MUJER SOLTERA se viste junto al armario y el VIAJANTE DE COMERCIO
coloca la brocha y la navaja de afeitar cerca de la palangana. Luego saca una
hoja de papel y unos cuantos lápices de color azul de cobalto y los ordena
encima de la mesa. Se sienta a dibujar.

VIAJANTE DE COMERCIO: Por una única
cara. Con un solo color. Por una única cara. Con un solo color.

Sus
trazos son firmes. Tamborilea con los dedos. Aunque siguen sin verse, ella se
sienta en las rodillas de él y también dibuja, en su propia hoja y con sus
propios lápices. Oscuro.

IV.

En
el cuarto, sin verse entre sí, conviven con la MUJER SOLTERA y el VIAJANTE DE
COMERCIO: un VIEJO ACHACOSO con crayones verdes, dos GEMELOS BELIGERANTES que
se disputan una misma hoja con sus airados garabatos rojos y una JOVEN PÁLIDA
que puntea de color lila su folio con toda delicadeza. Los efectos personales
de unos y otros atestan el cuarto. Pero nadie nota la presencia de los demás,
ni da muestras del fastidio que necesariamente conlleva moverse entre tanto
trasto. Para dibujar, y sin previo acuerdo, tan pronto se turnan como se
amontonan. Antes de empezar, siempre musitan: “
Por una única cara. Con un solo color.
Por una única cara. Con un solo color”.
Entonces dibujan, cada quien a su modo, cada quien en su hoja y con su color,
cada quien emitiendo su particular ruidito. Una NIÑA CON OJOS COMO PLATOS abre
la puerta del cuarto. Los ve. Entra. Abandona en un rincón, sin deshacerlo, su
equipaje. Sólo saca la hoja y los lápices. Son blancos. Calla. No dibuja. Ni
siquiera hace ruido.

V.

Danza
de los siete personajes, escurriéndose los unos entre los otros para cumplir
con las tareas cotidianas de aseo, inventario de objetos personales y dibujo.
Todos salvo la NIÑA permanecen siempre ajenos a cuanto no les atañe. Ella,
inadvertida por los demás, los atiende, los asiste, los mima: le cepilla el
pelo a la JOVEN, recoge del suelo el abrigo del VIAJANTE –que suele caerse de
la puerta, arrastrado por el trajín reinante–, etcétera. Los GEMELOS están
coloreando nerviosamente la última porción en blanco de su hoja. Cuando
concluyen, la bombilla parpadea insistentemente. Oscuro.

VI.

Danzan
como en V. Ni rastro de los GEMELOS o de sus cosas, a excepción de un puñado de
lápices rojos. Frente a su dibujo verde, el VIEJO se desespera: las manos
temblorosas escarnecen la idea que tan nítida aparecía en su cabeza. Furioso,
rasga la hoja. La bombilla parpadea insistentemente. Él intenta recomponer los
pedazos. Oscuro.

VII.

Danzan
como en V. También el VIEJO y sus pertenencias se han desvanecido. Sólo quedan
los crayones verdes. La JOVEN, con la mirada perdida, se embadurna el cuerpo
con sus pinturas lilas. La bombilla parpadea insistentemente. Oscuro.

VIII.

Ya
sólo la MUJER y el VIAJANTE danzan como en V. La NIÑA los mira. Los dos
dibujos, el azul y el castaño, avanzan inexorablemente. Cuando están a punto de
esbozar el último trazo, el hombre y la mujer se dan la mano libre y cierran
los ojos. La bombilla parpadea insistentemente. Oscuro.

IX.

La
NIÑA, sola, dibuja en su hoja con todos los colores revueltos encima de la
mesa. No dice nada. No hace el menor ruido. La puerta se abre, pero no hay
nadie fuera. Ella dibuja.

X.

Como
en I. De la pared cuelga ahora el dibujo multicolor de la NIÑA, que está
sentada a los pies de la cama. Un HOMBRE CON LOS DEDOS SUCIOS DE TINTA entra en
el cuarto. Deshace su exiguo equipaje, lo distribuye minuciosamente –armario,
mesilla, palangana– y dispone un tintero, una pluma y un montón de hojas encima
de la mesa. La NIÑA lo mira. Se sienta a escribir.

HOMBRE CON LOS DEDOS SUCIOS DE TINTA:
Cien páginas enteras. Ningún borrón. Cien páginas enteras. Ningún borrón.

Emprende
la labor. Va moviendo un pie, dando constantes golpecitos en el suelo.

FIN


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