«Teatro» de Don DeLillo

Don DeLillo
Teatro
(Traducción de Ramón Buenaventura y Otto Minera.)
Barcelona: Seix Barral, 2011
352 págs.

Don DeLillo, reverenciado autor estadounidense y peso pesado de la narrativa de los últimos cuarenta años, ha escrito, publicado y estrenado apenas tres obras dramáticas y un par de piezas teatrales brevísimas en toda su carrera. A pesar de lo escaso de su producción para las tablas, cada uno de esos cinco textos da fe del firme pulso literario y escénico de DeLillo, de su conocimiento del género –como lector y como espectador– y de su gran capacidad demiúrgica para crear mundos complejos, independientes, verosímiles y francamente desconcertantes.

Si bien la mexicana editorial El Milagro ya publicó en 2007 El cuarto blanco y Valparaíso –en acertadas traducciones de Otto Minera a las que también recurre el presente volumen–, Seix Barral reúne en este Teatro por primera vez en castellano su obra dramática completa: La habitación blanca (1986), El arrebato del deportista en su asunción al cielo (1990), Valparaíso (1999), El misterio en mitad de la vida ordinaria (2000) y Sangre de amor engañado (2006). La aparición conjunta de estas obras constituye un acontecimiento teatral de primer orden: no sólo comporta la presencia de literatura dramática de calidad en el catálogo de una editorial de gran difusión –comercial, no especializada–, sino que supone una invitación de gran alcance a leer teatro que los adeptos de DeLillo difícilmente declinarán y concentra, además, en un único tomo cinco piezas que también en inglés adolecían de una publicación dispersa.

El descubrimiento de la producción dramática del abrumador novelista norteamericano sorprende por la extraordinaria conciencia de su autor de estar adentrándose en un género distinto, con leyes estructurales y necesidades narrativas propias. Así, se prodiga en la creación del lenguaje de cada personaje, en las simetrías verbales –remotas algunas, otras obsesivas–, en la concreción minuciosa de ciertos elementos escenográficos cargados de valor simbólico y en su repetido uso escénico, mientras que le escamotea sabiamente al espectador o al lector numerosos detalles del desarrollo puramente argumental. El resultado es que, a pesar de los veinte años transcurridos entre la escritura de la primera pieza, La habitación blanca, y la de la última, Sangre de amor engañado, una poderosa corriente común de inquietud y transcendencia atraviesa su obra dramática.

En el extraordinario artículo “Hipnótico Don DeLillo” (Babelia, 7 de mayo de 2011) dedicado a este Teatro, Marcos Ordóñez emparienta las obras de DeLillo con el mejor teatro del absurdo, con Stoppard y Pinter, con –es el caso de las piezas breves– el Handke más temprano. No le atribuye cualidades inmerecidas. En efecto, en estos textos se advierten y sostienen una agudeza verbal, una absorbente atmósfera cerrada y un trepidante ritmo del pensamiento, equiparables a los que caracterizan la obra de dramaturgos de semejante talla. La indeterminación espacial y la incertidumbre en la trama de las que hace acopio mantienen conscientemente al público en el terreno de la duda constante, a la manera del teatro del absurdo de Beckett pero también a la del teatro filosófico de Sartre. Ordóñez concluye clamando por la puesta en escena de la obra de DeLillo: a la gente de teatro le (nos) corresponde recoger el guante.

El Teatro de Don DeLillo da vueltas en torno a temas recurrentes también en sus novelas: la extrañeza o imposibilidad de la vida en pareja, la dificultad de conocer realmente a otro, la naturaleza escurridiza o maleable de la verdad, la enfermedad y la muerte, la sobreexposición a los medios de comunicación, las diversas manifestaciones del arte y la decepcionante pero esforzada cotidianidad de los artistas, la relativa indefensión del ser humano, la palabra como entidad activa. A medida que las ha escrito y publicado, sus cinco obras han sido estrenadas en Estados Unidos; en el American Repertory Theatre de Cambridge (Massachussets) las cuatro primeras, la restante a cargo de la Steppenwolf Theatre Company de Chicago. A diferencia de las incursiones teatrales de otros narradores, la escritura de DeLillo, legible, inteligible y fuente de disfrute, es asimismo lo bastante abierta para su montaje. El autor asume con naturalidad las limitaciones materiales de la escena, sugiere qué actores pueden encarnar más de un personaje, multiplica los usos de los espacios, sirve con maestría los saltos temporales. Su Teatro es teatro genuino.

Cada pieza contiene algo del contexto –histórico, cultural y biográfico– en que fue escrita: el metateatro, la estructura circular y la trama irresoluble de La habitación blanca; la omnipresencia de la cámara y la proyección de video en Valparaíso; el desengaño vital y el debate sobre la legitimidad de la eutanasia y sobre la frontera difusa que la separa del asesinato en Sangre de amor engañado. No obstante, todas han resistido de forma excelente el paso de los años y son aún, de la primera a la última, plenamente vigentes.

Ruth Vilar
ADE Teatro, nº 137, octubre 2011

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