El amigo invisible (instrucciones para un sudoku)

Pieza dramática breve de Ruth Vilar
publicada en la Revista Teína en febrero de 2009.

Ilustración de Niko Fryd


(El escenario está dividido en nueve porciones cuadradas, delimitadas por líneas dibujadas con tiza. Cada recuadro, salvo el central, está ocupado por un personaje distinto, que acarrea consigo un recipiente, embalaje, maleta o saco…)

Hombre con caja registradora: ¿Han entendido el planteamiento del juego? Conocen todas las reglas; para serles franco, las tres normas extraordinarias apenas se usan. ¿Quién quiere empezar? (La mujer levanta la mano.) Adelante, las señoras primero.

Mujer con enorme saco vacío: Iba a decir que prefiero ser la última.

Chica con fiambrera: ¿Puedo empezar yo?

Joven con mochila: Adelante.

Hombre…: Adelante.

(Todos, excepto la chica, cierran los ojos. Ella abre su recipiente y deposita en cada recuadro una porción de tarta. Después, vuelve a su recuadro.)

Chica…: Ya está.

Hombre…: Recuerden: cuando abramos los ojos, cada uno debe valorar si lo que ha recibido le sirve para algo, o si le hace feliz. Si no es así, siempre sin emitir juicio alguno, pueden quedarse donde están o cambiar de posición.

(Todos abren los ojos. Nadie cambia de lugar.)

Chica…: Aunque no puedan hablar, me complace que estén contentos con mi regalo.

Viejo con caja de zapatos: No preguntes, hija, que lo único que sucede es que vale de poco moverse, si en todos los sitios hay pastel…

Hombre…: ¿Siguiente?

Vieja con paragüero: Voy yo, tarde o temprano hay que pasar el mal trago…

(Todos, excepto la vieja, cierran los ojos. Ella deposita en cada recuadro un paraguas de tamaño, color, forma y estado de conservación diverso. Después, vuelve a su lugar.)

Vieja…: Listo.

(Abren los ojos, observan su regalo y comprueban en qué condiciones está, abriéndolo y cerrándolo. Los más perjudicados miran alrededor buscando cambiar de lugar; los beneficiados disimulan. Todos permanecen donde están, la mayoría a su pesar.)

Vieja…: Bonito o feo, un paraguas sólo se agradece cuando llueve. Será entonces cuando se acordarán de mí. Venga, que juegue otro.

Niña con baúl: Con su permiso, ¿puedo?

Hombre…: Adelante.

(Todos, excepto la niña, cierran los ojos. Ella abre su baúl y deposita en cada recuadro un idéntico disfraz, de tallas distintas. Después, vuelve a su lugar.)

Niña…: Espero que les guste.

(Abren los ojos, miden el vestido, se lo enseñan unos a otros e intercambian la posición buscando que el disfraz les valga a todos. La niña contiene como puede el llanto, a juzgar por su barbilla temblorosa.)

Chaval con hatillo: No llores, tonta.

Niña…: No le ha gustado a nadie. ¡Ni a ti! (Se mete dentro de su baúl.)

Chaval…: Ahora voy yo. (A la niña oculta:) Ya verás como no lloro, aunque tiren mi regalo. Este juego es para idiotas, no se divierte nadie…

Hombre…: Adelante. Y resérvate tus opiniones; expresarlas va contra las reglas.

Chaval…: Sí, señor. Y deje de mirarme de una vez, que también es trampa.

(Todos, excepto el niño, cierran los ojos. Él despliega su hatillo y deja en cada recuadro un objeto insignificante y gastado: una peonza, el cordel, una canica, un cochecito abollado, una goma de borrar, un pañuelo y un plumier. Para el último jugador no le queda nada. Se hurga la nariz y le pega un moco en una tecla de la caja registradora. Después, vuelve a su recuadro.)

Chaval…: Arreando.

(Abren los ojos, examinan su regalo y miran con curiosidad, avidez o indiferencia los de los demás. Algunos acuerdan cambiar de lugar y estrenan el objeto que les toca.)

Hombre…: Ha habido un error, falta un regalo.

Chaval…: Ningún error, jefe. Busque usted mejor, que ha recibido lo suyo, como todos. A ver si se cree que iba yo a quedar mal por un triste regalo.

(El hombre registra su recuadro y no encuentra nada. El niño golpea con suavidad la tapa del baúl.)

Chaval…: Asómate, tonta, que a ti te he dejado lo mejor.

(Ella sale y encuentra el plumier lleno de lápices de colores.)

Viejo…: Me cuesta lo mío andar. ¿Qué te parece, muchacho, si yo preparo lo que va en cada sitio y tú me lo repartes? Si quieres, hasta puedes quedarte el paquetito que más rabia te dé…

Joven…: No se hable más, jefe. Y prepáreme un paquete como el de cualquiera, que yo apechugo con lo que me asigne.

Hombre…: De ninguna manera, caballeros. Las reglas son tajantes: cada uno se ocupa de su propio reparto.

Viejo…: Pero, oiga, habrá excepciones.

Hombre…: Una sola: en el caso de que el jugador se muera. Es su turno, proceda a repartir.

Viejo…: Nada, joven. Gracias por ofrecerte. Si ves que me muero a medias, acaba tú por mí.

Hombre…: Tampoco puede ver si se muere. Debe cerrar los ojos y esperarse hasta que usted avise de que ha acabado para abrirlos.

Viejo…: Era una manera de hablar. Empiezo.

(Todos, excepto el viejo, cierran los ojos. Él extrae de la caja de zapatos montoncitos de fotografías, que deposita en cada recuadro con lentitud, desplazándose penosamente. Después, vuelve a su lugar.)

Viejo…: Todas suyas. Mírenlas bien antes de cambiarlas, que no son cromos sino personas.

(Abren los ojos y toman con reservas las fotografías entre las manos. La vieja llora en silencio.)

Viejo…: La mayoría están muertos. Si no les molesta, guarden sus fotografías para que algo quede de lo que vivieron. ¡Ocupa tan poco, una vida entera! Las guardaba yo, y con gusto, pero no duraré mucho.

Mujer…: Menudo regalo, abuelo. Para esto, podría habernos traído una losa de mármol grabado.

Viejo…: No hacía falta, hija, que esa ya te la traerá la vida.

Chica…: No acabo de entender el sentido de este juego.

Joven…: El sentido deberíamos dárselo nosotros.

Hombre…: Adelante.

Joven…: ¿Yo?

Hombre…: ¿Por qué no?

Joven…: ¿Se reserva usted para el final?

Mujer…: Al final voy yo.

Hombre…: ¿Tienes algo para compartir o lo tuyo es sólo una pose?

Joven…: Tengo algo bueno. Luego veremos qué tiene usted.

(Todos, excepto el joven, cierran los ojos. Él saca de la mochila veinte libros distintos, entre los que escoge siete atendiendo a los intereses que hasta ahora ha mostrado cada jugador. Los deposita y regresa a su recuadro. Da una palmada. Abren los ojos y, tras haber revisado el volumen que les corresponde, se quedan donde están. Hojean el libro con entusiasmo. La vieja sigue llorando.)

Viejo…: Sí que lo siento, mujer. Anímese un poco. No son nada más que fotos.

Vieja…: Ya no lloro por eso, buen hombre. Es que no sé leer…

Hombre…: Ahora me toca a mí.

(Todos, excepto él, cierran los ojos. Pulsa una tecla que abre la caja registradora con un tintineo. El moco se le queda pegado en el dedo. Maldice, se limpia; saca un fajo de billetes y un puñado de monedas. Reparte el dinero poniendo especial cuidado en no ser equitativo. Regresa a su recuadro. Abren los ojos, ven qué han recibido, cuentan cuánto y lo comparan con lo de los demás. La vieja no para de llorar.)

Vieja…: Más de lo que he tenido en toda mi vida, ¿para qué lo quiero ahora?

Niña…: (Contando monedas a manos llenas) Cada uno recibe lo que merece y cuando lo merece. Debería haber sido usted buena antes…

Chaval…: ¿Y a mí una triste perra gorda? (Al hombre:) ¿Qué se ha creído?

Hombre…: Las reglas son claras: encuentra quien te cambie el sitio.

Chaval…: Abuela, ¿le parece que hagamos un trato? Si ya lo dice usted misma, que no le hace ninguna falta…

Vieja…: (Limpiándose lágrimas y mocos apresuradamente) No te creas, chiquillo, que más vale tarde que nunca y no se sabe cuánto tiempo me quedará…

Mujer…: Aún falto yo.

Hombre…: Es cierto. Adelante.

(Todos cierran los ojos.)

Mujer…: Si he entendido bien las normas extraordinarias, cualquier participante podría haber utilizado su turno para borrar las líneas que nos separan.

Hombre…: Así es. Aunque ya les he dicho que apenas se usan.

Mujer…: Nadie lo hace porque cada uno prefiere ver si vale la pena poner los regalos en común o le conviene más quedarse lo suyo. Nadie quiere arriesgarse a salir menos beneficiado compartiendo que acaparando. Visto el reparto, quizá ahora algunos estén deseando que las borre.

Chaval…: Quizá.

Mujer…: ¿Y quién soy yo para eliminar lo que todos han respetado? También podría quitar a unos y dar a otros, equiparar las ganancias de todos, contrarrestar la buena o la mala suerte. Pero, ¿cómo voy a cuestionar el criterio de cada quien y las intenciones de su reparto o aceptación conscientes?

Chica…: Algunos hemos sido justos.

Mujer…: Finalmente, podría eliminar del juego los regalos nocivos, depositándolos en la casilla central. Esta norma es tremenda. Nocivos. ¿Qué es favorable y qué es perjudicial? ¿Alguien lo sabe?

(La mujer va metiendo en su saco todos y cada uno de los objetos. Cargada, sale del escenario. Sólo ha dejado las porciones de tarta. Al cabo de un rato, el viejo abre los ojos, se ríe y le hinca el diente al pastel.)

Hombre…: (Con los ojos cerrados) Señora, debe avisar cuando acabe. (Silencio.) Tómese su tiempo, pero avise cuando acabe. (Silencio.) ¿Señora?

(Oscuro.)


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